Cruzó
como un relámpago el cielo hasta llegar hasta el otro extremo de la
ciudad... ésta vez no quería pasar lo que quedaba de noche a la
intemperie, se quería resguardar, además intentaba no chocar con
nada para no demolerlo tan sólo con el roce, le ardía el alma si es
que tenía de eso.
Llegó
a la pequeña casa abandonada que encontró a pocos metros de
distancia del bosque... era lo suficientemente oscuro y separado como
para que nadie se tomara la molestia de llegar hasta ella. De hecho
hace una década que se dio cuenta que había sido una verdadera
suerte que hubiera quedado inservible de un momento a otro sin saber
el por qué.
Hizo
una leve reverencia frente a la puerta cerrada y procedió a
entrar... Su hogar...
Era
raro llamarlo así, pero allí se guarecía también algunas noches,
allí almacenaba algunos de sus tesoros más preciados, algunos
retratos realizados a mano por algún pintor aficionado que se ganaba
unas cuantas monedas en la calle y libros... por doquier dirigieras a
donde dirigieras tú vista, y en la habitación que había a la
derecha reposaba un pequeño arlequín que había encontrado su hueco
en una cama que se dejaba ver al fondo entre sombras, junto a la
ventana y gracias a la mínima luz que entraba por ésta.
Notó
que su ira se iba apagando, dando paso a una inminente impotencia...
por lo que cerró la puerta tras de sí y cruzó la estancia, respiró
hondo y dirigió sus pasos hasta el pequeño habitáculo, se acercó
a la cama y cogió el arlequín de trapo, acto seguido, cayó de
rodillas delante del lecho, reposó su cabeza en el antebrazo y éste
lo dejó caer en la fina manta mientras que con la otra mano apretaba
al pequeño muñeco contra su regazo. Y se comenzaron a escuchar
sollozos...
Dawa levantó por un momento la cabeza y vio como sus lágrimas de un color carmesí resbalaban por su brazo.
¿Quién
ha dicho que los no-muertos no lloran?... la diferencia está en las
lágrimas tan solamente; mientras que la de los mortales son saladas
y transparentes, las causadas a un vampiro que sí tiene alma produce
tal dolor, semejante a un cristal desgarrando las entrañas.
¿Sería
por eso que emanaban sangre los ojos de la vampira, a modo de
lágrimas?
Sí. Había estado a punto de asfixiarlo con sus manos, de arrancarle al menos una porción de vida...casi incumple la promesa que se había impuesto a ella misma de no dañar más a ningún ser vivo por muy repulsivo que éste fuera. Hacía tiempo que había comprendido que no era ninguna Diosa de la muerte y por lo tanto no podía poner fin a una vida humana simplemente porque '' ella así lo hubiera decidido''.
Sintió quemazón en uno de los dedos; los primeros rayos de luz penetraban por la ventana sin que ella se hubiera dado cuenta de ello, y en consecuencia había echado su cuerpo hacia atrás alejándose todo lo posible de la ventana, mientras que a un mismo tiempo le enseñó los colmillos al reflejo que se filtraba por un leve resquicio; en el vidrio de una de las hojas de la ventana, a las que llegaba a duras penas la tela de las cortinas de color burdeos que impedían durante la diurnidad el paso de los rayos del sol, salvo en ese hueco de ahí, como si la cristalera tuviera la culpa de que su piel a pesar de ser fría y dura capaz de derrumbar cimientos a base de patadas y puñetazos, no tolerara las intensas radiaciones solares.
Se arrastró hacia uno de los rincones más oscuros donde no llegaba la luz, miró al arlequín que le devolvió una triste sonrisa.
La
vampira volvió a llorar, de alguna manera tendría que sacar toda la
frustración y tensión que había sentido momentos antes, se abrazó
las rodillas tras dejar el bufoncillo blanco y negro en el suelo
haciendo que los cascabeles de su gorro tintinearan y escondió allí
su cara entre éstas, impregnando un poco más con sus lágrimas
escarlatas, las mangas no demasiado acampanadas de la camiseta que
llevaba,
ya que con ellas ocultaba el rostro. De ésta forma y sin darse
cuenta de ello entró en letargo...
Escuchando
nuevamente los aullidos de un lobo...¿era la segunda vez que lo oía
desde ésta madrugada al amanecer? ¿o era su mente aturrullada?...
no le importaba en su frío hueco improvisado al fondo de la pared
donde la claridad no acechaba, y en estado inconsciente ya y sin
percatarse si quiera; se colocó la capucha de la capa que llevaba
puesta sobre su cabeza, disimulando sus cabellos.
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